El ser que inconsolablemente se detiene ante la angustia que conoce, el ser que se dilata entre vanas insinuaciones que su cuerpo posee, el ser que se asimila como concluyente de sus aciertos inconstantes de lo que se avecina, el ser que se ve así mismo crudamente acicalado por la lluvia que a los mismos dueños de la ausencia prevén la partida de lo real, el ser que nada tiene y nada posee sin conocer que de sus temores forma su fortaleza, el ser que va tempranamente a despertar como sino existiera un mañana que contemplar.
A ese ser que no espera nada, y que después de decirse de una vida de sufrimiento absorbe lo que en algún momento fue como cierto, es el acontecimiento de que tiene voluntad, sentido y razón de ser sin tener que adormecer en la penumbra.
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